Número 32 Madrid, octubre de 1998 Un oriente próximo
renqueanteEhud Yaari
El rey Hussein fue entrevistado recientemente por satélite para la televisión jordana desde Rochester, Minnesota, tras el primer tratamiento de quimioterapia. «Todo va bien», prometió a su público, e inmediatamente el presentador en Amán le interrumpió y exclamó: «Su Majestad, estoy encantado de oír las buenas noticias.» Pero el rey, que tiene 62 años y está aquejado de un linfoma, pasará unas semanas más en la Clínica Mayo. La batalla que lleva librando intermitentemente contra el cáncer desde hace siete años se está cobrando un alto precio.
Hace ya algún tiempo que Hussein le había pedido al Presidente Clinton que se habituara a trabajar con su hermano y heredero, el Príncipe de la Corona Hassan. Hassan está haciendo ahora las "rondas de lealtad" vistiendo el uniforme (cuando se trata de unidades militares) y la kefia (cuando se trata de jefes tribales).
A mediados de agosto, Yaser Arafat compareció ante el Consejo Legislativo Palestino en Ramallah para presentar a su nuevo y tan esperado gabinete. El portavoz del Consejo le felicitó por su 69 cumpleaños y Arafat tomó la palabra. Agradeció al portavoz con labios y manos temblorosos, e iba a sentarse, habiendo olvidado al parecer la razón por la que estaba allí. Sólo después de que le susurrara al oído un colega del estrado, sacó Arafat una lista de su bolsillo y empezó a leer los nombres de los 32 ministros. Los médicos le han aconsejado que se someta a otra operación para eliminar un coágulo de sangre que tiene en el cerebro, a consecuencia del accidente de avión de 1992 en el desierto africano, pero Arafat se niega.
Durante la misma semana, el rey Fahd de Arabia Saudí, de 77 años de edad, fue ingresado en el hospital en Riad por segunda vez en menos de un año. Según la versión oficial tenía una infección de colon y fue intervenido quirúrgicamente con anestesia local. La televisión saudí le filmó en silla de ruedas, con una larga cola de príncipes esperando para besarle la mano. Pero es un secreto a voces que es su hermanastro, el Príncipe de la Corona Abdallah, quien se ocupa de la mayor parte de las cuestiones de estado desde hace ya algún tiempo.
El Presidente sirio Hafed el Asad, el más sano de los enfermos de oriente próximo, lleva décadas aquejado de una combinación de diabetes y problemas cardíacos. Pero este verano les pareció a sus anfitriones aún más frágil de lo acostumbrado tanto en París como en El Cairo. A sus 70 años, parece doblemente impaciente por asegurar la sucesión de su hijo Bashar, a quien cada vez se le conceden más responsabilidades, y que no se distingue en ninguna de ellas. No faltan oponentes a la idea de que Bashar le suceda, y al mismo tiempo, Asad no podrá contar con la ayuda de su buen amigo el General Hikmat Shihabi, ex-jefe del estado mayor, que ha dimitido de su cargo y está a su vez luchando contra el cáncer.
La lista continua: Elias Harawi, presidente títere de El Líbano, que tiene 72 años y está muy desgastado, abandonará probablemente el cargo al final de su mandato. En el Golfo Pérsico, al menos dos líderes, el de los Emiratos Árabes Unidos y el de Bahrein, parecen tener dificultades a la hora de cumplir con su papel. En Marruecos, el rey Hassan II, de 69 años, está debilitado por una enfermedad perniciosa que lleva años carcomiéndole. Y el Presidente egipcio Hosni Mubarak, que acaba de cumplir los 70, ha abandonado discretamente su partido diario de squash y reducido las horas de trabajo al mínimo.
Dentro de pocos años, la galería humana de esta generación de líderes será sustituida por caras nuevas. Aquellos que han gobernado durante décadas, que se conocen bien y que son, en su mayor parte, tan previsibles como autoritarios, cederán el paso a la nueva generación. Con la desaparición de líderes cuya personalidad moldeó sus regímenes, podrían darse cambios en el estilo de gobierno así como en la política. Tras largos años de estabilidad interna Hussein lleva gobernando 46 años, Asad 27, Mubarak 17, Fahd 16 y Arafat una eternidad estamos empezando ahora la transición hacia un período de incertidumbre.
En Egipto, por ejemplo, Mubarak se ha negado en rotundo a nombrar un vicepresidente (a pesar de que él mismo fue nombrado sucesor por su propio predecesor, el difunto Anuar el Sadat). Ya no se puede dar por sentado que el próximo gobernante de la democracia faraónica vaya a salir necesariamente de las filas del ejército. El Ministro de Asuntos Exteriores, Amr Musa, ya está haciendo campaña para el puesto como representante del populismo neo-nasserista.
En Arabia Saudí, la subida al trono de Abdallah, que a sus 77 años tampoco es ningún joven, anunciará el inicio del proceso de transferencia de las riendas a la nueva generación de príncipes que no son hijos de la dinastía fundadora, Abdel Aziz. La corte real está fragmentada, y las distintas facciones están divididas no sólo por intereses enfrentados, sino por diferencias políticas considerables también.
En la Siria post-Asad, tarde o temprano, la supremacía de la minoría alauita será puesta a prueba, al tiempo que los palestinos podrán escoger, una vez desaparezca Arafat del escenario, entre el aguafiestas de Oslo Faruk Kadumi, el más veterano de los fundadores de Fatah, y el más sincero defensor de Oslo, Abu Mazen.
En un espacio de tiempo relativamente corto, todo lo que podía darse por sentado se habrá empañado. La mayor parte de los que hoy son alguien, se habrán convertido mañana en don nadies políticos. Y a medida que van cambiando los jugadores, puede que cambie el propio juego a su vez. [Jerusalem Report].