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Número 29 |
Madrid, febrero de 1998 |
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ELOGIO A SADAM
Ehud Yaari
Si la providencia no le hubiese echado una maldición al pueblo iraquí
afligiéndole con Sadam Husein, nos encontraríamos hoy por
hoy frente a una superpotencia regional en el sentido más amplio
de la expresión. Lo único que ha frenado a este país,
encaminado hacia una supremacía segura, ha sido la inclinación
de Sadam hacia tentativas de conquista mal concebidas, primero en Irán
y después en Kuwait. Si Irak hubiese tratado de pasar inadvertido
y de no llamar la atención en los últimos 10 a 15 años
en lugar de lanzarse a este inexorable aventurismo, habría adquirido
desde hace ya tiempo armas nucleares, misiles de largo alcance para lanzarlas
y, por supuesto, toda una amplia gama de microbios letales y gases tóxicos.
Irak se habría convertido en un enemigo temible cuyas reservas de
petróleo, superadas únicamente por Arabia Saudí, financiarían
un enorme ejército y un numeroso contingente de científicos
encargados de desarrollar todo un arsenal de artilugios mortales.
De hecho, Israel debería estarle agradecido a Sadam. En lugar de
fortalecer sus músculos, atacó a sus vecinos antes de estar
realmente en forma. Imaginen el siguiente supuesto, el cual gracias a su
propia temeridad no ha sucedido: las divisiones acorazadas de la Guardia
Republicana entran en Jordania seguidas de lanzamisiles. Israel queda en
una situación de total vulnerabilidad, amenazado por cientos de
misiles de corto alcance así como de largo alcance. En una situación
así sería imposible esperar a los americanos, ni al General
Schwarzkopf, ni al General Zinni. E incluso si no resultase en una conflagración,
la posición estratégica de Israel cambiaría radicalmente.
Las invasiones de la provincia iraquí de Khuzesthan en 1980 y de
Kuwait en 1990 eliminaron definitivamente a Irak del ruedo. El proceso
de paz prosperó porque Sadam perdió el poder de veto que
había utilizado para organizar el boicot panárabe al Egipto
de Sadat en 1978. Jordania se desembarazó de lo que se había
convertido en una anexión de facto por parte de Irak del estilo
de la hegemonía de Siria en el Líbano, y en su lugar el rey
Husein concluyó una alianza con Israel. La OLP perdió su
baza y Yaser Arafat no tuvo más remedio que aceptar Oslo en unas
condiciones que, en otras circunstancias, no hubiese aceptado nunca, aunque
tuviese una pistola apuntándole a la sien.
Todo esto se lo debemos agradecer a Sadam. En lugar de que Israel tenga
que enfrentarse aislado a una guerra con Irak, se nos pide que dejemos
paso mientras otros planean expediciones en el espacio aéreo de
Irak. En lugar de que Jordania sea un puente de tierra para cuerpos expedicionarios
extranjeros, es, en virtud del tratado, un parachoques semidesmilitarizado.
Y Arafat, aunque todavía aferrado a su apuesta por Sadam como ganador
supremo, se ve obligado a contener las manifestaciones que apoyan al líder
iraquí organizadas por su propia población.
Demasiados israelíes dan por sentados estos milagros, y milagros
es la palabra apropiada, como si estuviese predestinado que un estado árabe
con un potencial masivo y peligroso de ese calibre quedase fuera de juego
durante dos décadas decisivas. Esta es una gran oportunidad, la
"window of oportunity" a la que se refería el antiguo
Secretario de Estado James Baker. E incluso si, parafraseando a Henry Kissinger,
la historia nunca revela lo que hubiese podido ocurrir, podemos dar por
supuesto que todas las alternativas habrían sido mucho peores que
lo que en realidad sucedió.
La verdadera cuestión ahora es cómo transformar una serie
de milagros en un conjunto de bazas tangibles a largo plazo. Más
allá de los acontecimientos de febrero de 1998, hay un objetivo
claro: cambiar el panorama de nuestro entorno inmediato antes de que las
nubes de la incertidumbre sobre el futuro de Irak se dispersen. La tarea
más urgente es fortalecer a Jordania y convertir al reino, por decirlo
sin pelos en la lengua, en un adicto a sus vínculos con Israel.
Para ello es necesario inspirar más confianza en el proceso de paz
con los palestinos, lo cual, por supuesto, tiene un precio.
El gobierno de Rabin tenía como punto de referencia el equilibrio
regional de fuerzas. Concluyó un acuerdo con los palestinos porque
los consideraba como un jugador más en el campo de juego. El enfoque
de la actual coalición sin embargo se centra en la tierra de Cisjordania
como si esta representara el campo de juego entero. Quizá esta vez
Sadam haya conseguido recordar a todo el mundo que el peligro no acecha
necesariamente desde la casa del vecino; a veces, el matón del barrio
vive unas manzanas más allá.
Como siempre, es recomendable estar preparados para el peor de los casos.
Si Sadam se queda en su camisa de fuerza, habremos ganado tiempo. Si se
va, existe la posibilidad de que su sucesor no sea un clon de Sadam, sino
un autócrata prudente del estilo de Mubarak o Asad. Pero, ¿qué
sucedería si a final de cuentas Sadam escapa de la trampa de las
sanciones y del cerco militar? En ese caso se tambalearían los cimientos
del proceso de paz. Jordania se vería atraída hacia Irak
por una mezcla de amenaza y tentación; los palestinos correrían
a Bagdad aún antes de que se les prometiese nada. Todo el panorama
cambiaría, si no se ha cimentado con un acuerdo que haga que tanto
Arafat como Husein pierdan más de lo que ganen si vuelven a su antiguo
aliado. El lujo de tener a Sadam castigado en Bagdad no puede durar eternamente.
[The Jerusalem Report].
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