Así no conseguirá un Estado Yoel Marcus
Haaretz, 7 de septiembre de 2001Los israelíes se han excedido esta semana en su extrema reacción histérica a la conferencia de Durban. De nuevo se han revolcado en el pesar de la vieja consigna de que todo el mundo está contra nosotros. Uno de nuestros colegas ha descrito el ambiente de odio hacia Israel y hacia los judíos como «la noche de los cristales rotos». Otro ha gritado: «Hitler está a las puertas». Netanyahu, quién si no, ha llorado de nuevo por el fracaso de nuestro sistema de información. Como si el antisemitismo y el odio racista del que los judíos han sido desde su comienzo víctimas a lo largo de todas las generaciones pudieran erradicarse con un discurso brillante en la televisión. El sistema político vio como Israel se convertía en la diana de una conferencia cuyo objetivo inicial era luchar contra el racismo. El control de los árabes, y de nuestro interlocutor Arafat a su cabeza, ha sido descrito como un logro propagandístico preocupante.«La línea de ruptura», «volvemos a los días de la provocación de Nuremberg»: todas estas necedades a mí me hacen reír. Ver a los africanos manifestándose en Durban contra el racismo junto a los árabes era más grotesco que preocupante. El hecho de que los árabes a lo largo de cientos de años se hayan ocupado de la venta de esclavos negros, que eran raptados en las guerras tribales y vendidos por ellos a los blancos para su traslado a América, es más tragicómico que nuestra presentación como racistas. Muchos de los africanos, según informaciones sobre el terreno, no saben dónde está exactamente Israel en el mapa, nunca han oído hablar del Holocausto y no tienen idea de que los judíos han sido víctimas predilectas de los racistas. Algunas veces porque habían matado a Jesús, y otras porque en todas las partes en las que estaban conservaron su identidad y supieron adaptarse y triunfar. Según el dicho conocido de Disraeli en el parlamento británico: «Cuando los padres de vuestros padres trepaban a los árboles, nuestros patriarcas escribían la Biblia». De pogromo en pogromo, desde el Holocausto que eliminó a un tercio del pueblo judío, desde la amenaza «exterminar al judío» que se escuchaba desde el primer día en que el pie de un judío pisó Israel y no ha terminado hasta hoy, Israel ha podido dar la conferencia central sobre qué es racismo y cuál es el sentimiento de ser víctima suya.
Los árabes, bajo la dirección de Arafat, han secuestrado la conferencia y sus asuntos humanos importantes para convertirla en un arma contra nosotros. Habiendo mil millones de musulmanes en el mundo, no es una realidad agradable. Pero no es este un gran honor para los asuntos de los derechos humanos y del racismo, cuando una parte no despreciable de este sector todavía corta manos y degüella cabezas, la mayoría de ellos está bajo un gobierno dictatorial que, en nombre de la religión o de la autoridad, está provisto de armamento para la destrucción masiva, mientras sus pueblos viven en la pobreza y los derechos humanos están por los suelos.
Es necesario observar no las manifestaciones, no las decisiones externas a la conferencia, �dentro de unos días se olvidarán por sí solas� sino la calidad de las voces, quién ha estado a favor y quién en contra de nuestra conversión en la víctima principal de la conferencia. Estados Unidos, Canadá, la mayoría de los países europeos, Australia, una gran parte de los Estados asiáticos, India entre ellos, no se han mostrado de acuerdo con que se nos haya criticado por racistas �una victoria pírrica para Arafat�. En la unión de estados de África a la empresa, hay un fondo de tristeza. Las colonias que consiguieron su independencia más o menos a la vez que nosotros o después, fracasaron en su mayor parte en su orientación como Estados. Son dictaduras en su mayoría, están golpeados por el hambre y hay en ellos guerras tribales y luchas internas. No es una casualidad que África haya estado atrapada en los términos de Satán grande y Satán pequeño. «El racismo es el esnobismo de los desgraciados y de los pobres», según dijo el filósofo francés Raymond Aron. A nosotros no nos perdonan que hayamos triunfado. Arafat hace una injusticia a su pueblo cuando se une al bando de los atrasados. Los palestinos son los talentosos y los laboriosos entre los árabes y pudieron hace tiempo ser un estado floreciente a nuestro lado si hubieran aceptado el plan de la partición en 1948.
La mayoría de los israelíes quieren liberarse de la ocupación y había sido posible llegar a ello bajo Rabin, Peres y Barak. El acuerdo de Oslo allanó a Arafat el camino al estado, pero el poseedor del premio Nobel de la Paz no quiere liberarse de su misión como propagandista alado ni como dirigente de un movimiento de guerrilla. Y no callará y no descansará hasta que no empuje al último de los israelíes a la derecha. Como instigador principal de su pueblo al odio a Israel y a los judíos ha conseguido cargarnos el muerto en Durban. Pero con esto no se consigue un Estado.