DESAFÍO A ARAFAT
(Editorial)ABC, 12 de septiembre de 2002
En un acontecimiento sin precedentes desde el regreso de Yaser Arafat del exilio en 1994, el «rais» tiene que hacer frente a un desafío interno en toda regla a su autoridad, hasta ahora omnímoda e incontestable. El presidente palestino se vio ayer abocado a forzar la dimisión en bloque del Gobierno que nombró el pasado junio ante la impensable rebelión del Parlamento, que se negó a ratificarlo. Arafat evitó la humillación que hubiera supuesto un voto de censura contra sus ministros y consejeros, pero ha recibido un aviso, el primero, que refleja el profundo malestar de la calle palestina y de sus representantes en el Consejo Legislativo.
La renuncia se produjo horas después de que Arafat anunciara la convocatoria de elecciones presidenciales y legislativas para el 20 de enero de 2003, a fin de evitar la crisis que se le venía encima. El Parlamento estaba indignado por la forma en que el líder palestino solventó la remodelación de su Ejecutivo con el nombramiento de cinco ministros más que sospechosos de corrupción. En el fondo de la crisis política interpalestina subyace un ansia de cambio en el funcionamiento de la administración. La calle asiste con frustración a la desesperante inoperancia de las autoridades, a la falta de transparencia de las instituciones y a la corrupción generalizada. Ministros y altos funcionarios se llenan los bolsillos con la copiosa ayuda internacional destinada a paliar el sufrimiento de una población que empieza incluso a carecer de productos de primera necesidad. Este malestar fue por fin canalizado por la Cámara, ampliamente dominada (55 de los 88 diputados), paradójicamente, por Al-Fatah, el partido de Arafat.
Una encuesta realizada a últimos de agosto revela que el 89 por ciento de los palestinos desea una reforma profunda de la Autoridad Nacional, y sólo el 25 por ciento confiaba en el nuevo Gabinete recién dimitido. El aviso al hasta ahora intocable Arafat anuncia un cambio que se manifiesta en el motín de la Cámara, continuamente ninguneada por el «rais» y que ahora ha hecho suyo el sentir de la gente, un plante inimaginable en países como Egipto o Jordania, a los que nada se exige desde la comunidad internacional. Y denota también la vocación democrática de los palestinos, un pueblo singular en un entorno en el que prima el autoritarismo, en parte gracias al sentimiento crítico importado por los exiliados en los países occidentales.