Abraham B. Yehoshúa: Humor y misterio

Sonia de Pedro García
Licenciada en filología

En una ocasión Abraham B. Yehoshúa me dijo: "Si hay sentido del humor, está lo más importante". Este comentario vino a colación de su última novela, Viaje al fin del milenio, pero se podría hacer extensible a casi toda su creación. Yehoshúa nos presenta la realidad y la vida inmersas en una penumbra de comicidad. Esta búsqueda de lo cómico no es un fin en sí mismo, sino su manera característica de involucrarnos en el interior de los personajes, quizá porque la risa del lector es un signo cuanto menos de complicidad y de acercamiento, aunque no siempre de comprensión. Yehoshúa es consciente de que una visión aderezada con humor no nos hará entender más ni mejor la realidad, pero sí quizá aceptarla con más serenidad. Como dice uno de los personajes de su novela El señor Mani: "¡Ay de mí, cabeza de calabaza, qué ingenuo fui, qué inocente! No supe ver que detrás de todo pensamiento se esconde siempre otro pensamiento (...) Es cierto, doña Flora, que en cada pensamiento hay un bolsillo y dentro de cada bolsillo otro pensamiento." (p. 359-60). La realidad nos resulta compleja, díficil de comprender, y se convierte casi siempre en una especie de enorme cebolla, de la que Yehoshúa va quitando una capa tras otra hasta no quedar nada sino un interrogante, el misterio al desnudo.
No obstante, como la crítica brillantemente ha destacado, Yehoshúa es un autor que se caracteriza por estructurar a conciencia sus novelas, intentando que todo detalle tenga su razón de ser y su importancia por su relación con el resto. Esto es algo que se detecta especialmente en su novela El señor Mani, en donde recrea la historia de toda una saga sefardí, la saga de los Mani, desde mediados del siglo xix hasta nuestros días. En esta obra se puede observar cómo, a pesar de hallarse en lugares y épocas distintas, hay comportamientos, ideas y actitudes que se repiten, en cierta manera, en algunos de los diferentes hombres Mani. Yehoshúa nos muestra todo un entramado de relaciones entre los personajes con el que trata de exponer un microcosmos humano en donde aparentemente todo tiene un porqué. Para ello, el autor se vale de un rico simbolismo y de un planteamiento, en gran medida, psicologista, freudiano. Pero no nos dejemos engañar por la perfección de la estructura. Yehoshúa termina la novela con las siguientes palabras: "Rabbí Shabbetay Hananiah... déme una respuesta... ¡Por Dios, una respuesta...! Hágame, aunque sea, una señal con la cabeza... Ya he aprendido a interpretar sus mudas respuestas... ¿Entonces qué? ¿He de quitarme la vida? Sí... No..." (p. 409). ¿Será que Yehoshúa nos deja que seamos nosotros los que le quitemos la última capa a la cebolla?
Recuerdo que una tarde, en la universidad de Haifa, Yehoshúa me comentó que hay dos caminos distintos para entender una realidad. Para explicarlo utilizó el símil de un reloj. Supongamos que alguien nos da un reloj y nos pide que le expliquemos cómo funciona. Para ello podríamos hacer dos cosas. La primera, describir su forma externa, y luego irlo desmontando pieza por pieza, describiendo cada detalle e intentando descubrir la función de cada elemento para que, una vez desmontado y conocido su mecanismo, podamos volver a montar el reloj. Es decir, para entender una realidad, lo que hacemos es mostrarla "haciéndola" desde su principio a fin. Pero habría otra manera de actuar. Podemos coger el reloj y romperlo, llegar directamente al núcleo, penetrar en su esencia y describir los pedazos rotos y descubrir a partir de ahí el mecanismo del reloj. De este modo, la realidad se muestra "rompiéndola".
Estos son, sin duda, dos caminos opuestos pero que, de una u otra forma, se encuentran en la obra de Abraham B. Yehoshúa. El amante (1977), Divorcio Tardío (1982) y El señor Mani (1990) siguen, en general, la segunda vía, sobre todo, por el modo en que se nos cuenta la historia. El autor nos presenta los hechos a través de los monólogos de los personajes que nos dan su propio punto de vista, que interpretan los acontecimientos, y que nos muestran, en definitiva, uno de los muchos trozos rotos del reloj, para que seamos nosotros, los lectores, los que compongamos el "mecanismo" de la historia, y nos hagamos así partícipes también de su interpretación. La realidad se nos presenta ya rota, desmontada en cada una de las voces que nos habla de su pedacito de reloj.

Pero en Yehoshúa también está presente ese otro modo de entender y reflejar una realidad. Viaje al fin del milenio (1997), su última novela, está escrita a modo de crónica medieval, con una voz anónima que nos va contando con exhaustividad cada movimiento, cada gesto, cada germen de emoción y dolor. Los detalles se acumulan sin que por ello se pierda la armonía general. No hay diálogos, una sola voz es la que va montando el reloj ante nosotros, y es en ese proceso lento y minucioso de recreación, donde el lector ha de comprender el mecanismo y ha de descubrir el significado de la realidad que surge de entre las páginas del libro.
Abraham B. Yehoshúa ha llegado en esta última novela a un alto grado de madurez narrativa. Este escritor nacido en Jerusalén en 1936 se dio a conocer en el mundo de la literatura en los años sesenta con una colección de relatos cortos titulada La muerte del anciano (1962), a la que seguirían Frente a los bosques (1968), Nueve cuentos (1971), A comienzos del verano de 1970 (1972) y Hasta el invierno de 1974 (1975). También ha hecho incursiones en la creación teatral y en el ensayo, pero en mi opinión, es en la novela donde Yehoshúa consigue extraer lo mejor de su pluma.
En su última obra, Viaje al fin del milenio, el autor nos traslada a la Europa de fines del siglo X para contarnos una historia que dramatiza la oposición existente entre la cultura andalusí y la cultura asquenasí centroeuropea. Para ello, Yehoshúa se vale de la cuestión de la bigamia, aceptada en el judaísmo del sur pero condenada en el judaísmo del norte. Este tema va a ser la causa de que Ben-Atar, mercader judío de Tánger, sus dos esposas, su socio musulmán y un rabino sevillano, el rabino Elbas, emprendan un viaje en dirección a París y a Worms para convencer a los sabios rabinos de centroeuropa de la legitimidad de la bigamia dentro del judaísmo.
Parece claro que Yehoshúa ha querido con esta novela apartarse un poco de la realidad israelí y retroceder mil años en busca de unos seres, cuya imagen hierática recordamos de los cuadros descoloridos de la Edad Media, pero que, en esencia, esconden las mismas inquietudes y se estremecen por los mismos miedos que nosotros. Si no fuera así, ¿cómo se explicaría que tragedias de hace dos mil quinientos años como Edipo rey o Antígona sigan resquebrajando los muros de nuestra mente?
El reto que nos propone Yehoshúa es buscar en el pasado esa molécula de recuerdo que nos permita revivir y comprender qué les pasó hace mil años a una familia de mercaderes del norte de África. A propósito de esta novela, Yehoshúa comentó en una ocasión que había querido hacer una llamada de atención ante la actitud muchas veces prepotente de nuestros días, actitud que nos hace olvidar a menudo que somos perecederos, que dentro de cincuenta, sesenta años, poco quedará ya de nosotros, y pocos serán los que nos mantendrán en su recuerdo. Así que, si quieres que quede algo de ti en la memoria del futuro, si quieres que te recuerden dentro de mil años, haz tú ahora el esfuerzo de buscar y recordar a aquellos que vivieron hace un milenio, y quizá así otros hagan lo mismo por ti dentro de mil años.
Esto es, en definitiva, lo que Abraham B. Yehoshúa, una de las figuras más importantes de la literatura israelí, se pregunta en el bellísimo prólogo con el que nos presenta su Viaje al fin del milenio:
"¿Pero habrá alguien que nos recuerde dentro de mil años? ¿Se seguirá conservando aquel aliento antiguo en cuyo seno húmedo e íntimo relampaguee la sombra pasajera de nuestros actos y de nuestros sueños? ¿Acaso, en ese ser despojado de órganos internos, comprimido en líquidos perfectamente calculados, con su sabiduría y felicidad disminuidas, surgirá, sea cual sea su nombre, el deseo o la nostalgia de retroceder mil años para buscarnos, como tú buscas ahora a tus héroes? ¿Pero se podrá encontrar algo? ¿Acaso el peso de los mil años que nos separen no será igual al peso de mil años de hoy? Mas quién sabe si la mente lúcida a la que se llegue dentro de mil años no se habrá deshecho ya de su responsabilidad hacia nuestra historia oscura y confusa, al igual que nosotros nos desentendimos de la "historia" de los hombres de las cavernas. No obstante, no seremos olvidados así sin más. No puede ser que no quede de nosotros ni una molécula de recuerdo, como un manuscrito amarillento al fondo de un estante olvidado, cuya catalogación en sí ya asegura su perpetuidad aunque no llegue nunca a las manos de un lector. ¿Pero quedará siquiera el catálogo? ¿O tal vez sea una clave totalmente distinta a la nuestra la que fusione y mezcle todo lo que pasó, hasta que no puedas ya reconstruir nuestra imagen tal y como nosotros la imaginamos?".
Obras publicadas en España:
Divorcio tardío. Madrid, Alfaguara, 1988 / Barcelona, Círculo de Lectores, 1991.
Marea alta y otros relatos. Sabadell (Barcelona), Ausa, 1992.
El señor Mani. Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1994.

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