Jerusalén: una y múltiple

Jaime Vándor
Universidad de Barcelona

«Escribe unas cuartillas sobre Jerusalén, y no importa que sean personales. Es una ciudad de la que nunca se puede acabar de decir todo, y la diversidad de enfoques también es interesante.» Así rezaba el encargo que renovaba la pregunta que llevo cuarenta años tratando de contestarme, ¿cuál es realmente mi Jerusalén?
En su introducción al Historical Atlas of Jerusalem, de Dan Bahat, Teddy Kollek escribe: «Jerusalén es un símbolo y un sueño - la capital eterna de Israel. Sin embargo, además de la Jerusalén celestial, existen muchas otras Jerusalén. Está la Jerusalén de las diferentes épocas: la ciudad histórica de los conquistadores y de los reyes, la de los profetas, la de los sabios y la de los narradores. Existe la Jerusalén Sagrada, la de la fe - la de Israel, de la Cristiandad, la del Islam, con sus orígenes comunes y divergentes, sus variadas sectas y adalides. Y codo a codo con todo ello, la Jerusalén hecha de piedra y de monta-a, cargada de antiguos sonidos, colores y vientos.»
Kollek es uno de los grandes, personaje ligado ya para siempre a la historia de la ciudad, yo soy un particular, y además de la diáspora. ¿Qué puedo decir, como ser humano y como judío, de Jerusalén? Es su ciudad, pero también es mía. Siento en lo más profundo esa Jerusalén múltiple, variada, rica y mágica de la que habla. Quizá nuestro lenguaje sea común, porque nos nutren las mismas raíces del respeto al prójimo, la convicción de la calidad parigual subyacente a los humanos más allá de sus creencias, la valla intrínseca de cada individuo, en esa tradición que va de lo bíblico/semítico a lo occidental, sin olvidar los ideales de igualdad y fraternidad de la Ilustración. Y también nacimos ambos en Viena...
Para mí Jerusalén es realmente símbolo y sueco. Son lazos que no se pueden analizar por vía de la razón. He estado muchas veces, pero la que más me marcó fue mi primera estancia, por razones de estudio, en 1958. Vivía en los lindes de la Jerusalén israelí, en el St. Andrew's, antiguo convento escocés cuyo claustro había sido convertido en residencia temporal: entre los huecos de las columnas se nos habían habilitado verdaderas celdas. Bajando la carretera, a los pocos metros se alzaba el valle que era Tierra de Nadie. En frente, en lo alto, el Monte Si-n estaba en manos judías, pero por las murallas inmediatas se paseaban los soldados jordanos, armados. No se distinguían las caras, pero sí el brillo de los fusiles. Desde la Ciudad Vieja a algunas horas se oía el tañir de las campanas o el canto del muecín. He sido joven, ilusionado, feliz en el Derech Hevron... ¿o lo he soñado?
Junto a la Jerusalén de los recuerdos tengo también la de la vida diaria, en el campo de la enseñanza: referencias a su historia, alusiones a sus museos, su arquitectura, su particular clima, los diferentes barrios con gentes que los habitan y los dolorosos conflictos que asoman, a veces entre los vecinos de una misma casa. El color tan especial de la ciudad que se puede explicar, y el aire, su viveza o su somnolencia, para los que no existen palabras. Los conceptos lingüísticos, como el verbo antiguo subir que llegó a significar ascender a la Ciudad Santa, peregrinar al Templo, y de qué modo el mismo término subir hace ya más de un siglo significa también inmigrar desde cualquier confín del mundo a Eretz Israel, y a Medinat Israel desde hace exactamente cincuenta años.
Las referencias a la Edad Media, a aquel género poético hebreo, la siónida, un tipo particular de elegía que expresaba una doble añoranza, la añoranza física que los judíos de El Andalus o de la España cristiana sentían por la Ciudad Santa, no muy distinta de la nostalgia que afligía al salmista 1600 o 1800 a-os antes, junto a las aguas de Babilonia... Y expresaba también la siónida la otra añoranza, la del judío de su tiempo, exiliado y sin patria, por aquella Época remota de su Historia cuando los judíos eran libres y soberanos en su propia tierra.
Luego está la Jerusalén de los pintores, la de los museos. Las representaciones generalmente ideales de los artistas de todas las épocas que pintan castillos, almenas y torres medievales en una campiña verde, bañada de ríos y lagos, plácida, pero europea... O la Tierra Santa de los pesebres del arte popular, colocados ante un diorama de fondo celeste, con cúpulas, olivos y cipreses que pese a su ingenuidad se acercan mucho más a la realidad.
Al aficionado a la música le suenan Haendel, oratorios y operas barrocas con su letra alusiva a la Biblia, los oratorios y pasiones de Bach, la Sinfonía de los Salmos de Strawinsky, o bien, no sé si por encima de todo, aquellos fragmentos dolidos: «Qué amables son tus estancias... -Mi alma desfallece por los atrios del Señor...- Felices, ay, los que moran en tu casa...», del estremecedor Réquiem alemán que un Johannes Brahms sufriente y destrozado escribió a la muerte de su madre. O los Tehilim de Leonard Bernstein que la Coral Sant Jordi canta directamente en hebreo.
Y aún tengo otra Jerusalén, la de la literatura de todas las épocas, desde las Sagradas Escrituras pasando por Al-Harizí, Yehudá Ha-Leví o Yosef ben Chicatella (vecino de Medinaceli en el s. XIV) hasta Torquato Tasso o el drama filosófico Natán el Sabio del cristiano Lessing, del Siglo de las Luces, sobre la Época de Saladino y de los Cruzadas. Las novelas protosionistas de Abraham Mapu, Disraeli, George Eliot. Altneuland, de Herzl. Y la literatura hebrea de nuestro siglo: obras del Nobel Agnón, las poesías de Fichman, Shlonsky, Lea Goldberg, Altermann, Zelda, los novelas de Brenner, Pinhas Sadeh, Yehoshúa, Shájar y tantos otros.
Pero no todo es arte y belleza. Desgraciadamente la vida es dura, y los israelíes son sin duda los judíos del mundo que con más retos se tienen que enfrentar a lo largo de su existencia. Estos a-os son especialmente difíciles, por circunstancias que todos sabemos. Cualquier jerosolimitano, cualquier telavivense nos podría contar un sinfín de historias, de terrorismo, desconcierto, crispación, incertidumbre. Entre todos los horrores es de destacar el fanatismo. Todo fanatismo, pero el que quizá más nos duele es el que esporádicamente aparece en nuestras propias filas. Aquel sábado de noviembre de 1995...
Sin embargo, nada de esto debía desalentarnos. Se nace con sangre y entre lloros, los individuos lo mismo que los estados. Entre luces y sombras celebramos el medio siglo de nuestra existencia. Israel ha cambiado y con ella el lugar del judío en el mundo. La historia justifica posteriormente cuanto ha sido necesario para que un país halle su lugar entre las naciones: son los dolores del parto.
También se está alumbrando una nueva Jerusalén. ¿Cuándo antes en la Historia ha visto esta capital tanto esplendor, de parques, edificios públicos, hoteles, museos, esculturas al aire libre, bibliotecas y centros de estudio? No nos dejemos desalentar y tengamos confianza, fe en el futuro. Dios quiera que en los próximos años se pose la blanca paloma en esa castigada región del mundo, que los discursos de Yom Haatzmaut no hablen de procesos de paz, sino de su culminación. Como dijo el poeta, un día la fruta habrá madurado y comeremos de ella hasta el fin de los días. Así sea.

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