Discursos de
Yitzhak Rabin, Primer Ministro de Israel,
y de Shimon Peres, Ministro de Asuntos Exteriores,
en la ceremonia de entrega del
Premio Nobel de la Paz

Oslo, 10 de diciembre de 1994



Discurso de Yitzhak Rabin,
Primer Ministro

Discurso de Shimon Peres,
Ministro de Asuntos Exteriores



Discurso de Yitzhak Rabin
Primer Ministro

Sus Majestades, Estimados Presidente y miembros de la comisión del Premio Nobel, Honorable Primera Ministra de Noruega, mis colaureados, Presidente Arafat y Ministro de Exteriores de Israel Shimon Peres, distinguidos invitados,

Ya que no pienso que exista el precedente de que a una persona le otorguen dos veces el Premio Nobel, permitidme esta oportunidad para dar un toque personal a este prestigioso premio.

A una edad en que la mayoría de los jóvenes se esfuerzan por descubrir los secretos de las matemáticas y los misterios de la Biblia; a una edad en que florece el primer amor; a la tierna edad de dieciséis años, me entregaron un rifle para mi defensa.

Ese no era mi sueño. Yo quería ser ingeniero hidráulico. Había estudiado en una escuela agrícola y pensaba que la ingeniería hidráulica era una profesión importante para el calcinado Oriente medio. Hoy, todavía estoy convencido de esto. Sin embargo, me vi obligado a recurrir a las armas.

Serví en el ejército durante varias décadas. Bajo mi responsabilidad estaban hombres y mujeres jóvenes que querían vivir, que querían amar, y en cambio abrazaron la muerte. Ellos cayeron en defensa de nuestras vidas.

Damas y caballeros,

En mi actual posición, tengo muchas oportunidades de sobrevolar el Estado de Israel, y recientemente otras partes de Oriente medio también. La vista desde el avión es imponente: mares y lagos de azul profundo, campos verde oscuro, desiertos del color de las dunas, montañas de piedra gris y paisajes sembrados de casas con tejados rojos y paredes de cal.

También hay cementerios, tumbas que se extienden hasta el horizonte.

Hay cientos de cementerios en nuestra parte del mundo, en Oriente medio; en nuestro hogar, Israel, pero también en Egipto, Siria, Jordania, Líbano. Desde la ventanilla del avión, a miles de pies de altura, las incontables tumbas están en silencio. Pero el sonido de su clamor ha hecho eco desde Oriente medio a todo el mundo durante décadas.

Aquí, ante vosotros, deseo saludar a nuestros seres queridos —y ex-enemigos. Deseo saludarlos a todos, los caídos de todos los países en todas las guerras; los miembros de sus familias, que sobrellevan la perenne carga del duelo; los inválidos, cuyas cicatrices no sanarán nunca. Esta noche deseo rendir tributo a cada uno de ellos, puesto que este importante premio les pertenece.

Damas y caballeros,

Yo fui un hombre joven que ahora sobrelleva la carga de los años. En hebreo decimos "naar hayiti, vegam zacanti" ('fui un hombre joven, pero he envejecido'). Y de todos los recuerdos que he acumulado en mis setenta y dos años de vida, lo que más he de recordar, hasta mi último día, son los silencios: el terrible silencio del momento después, y el ominoso silencio del momento antes.

Como hombre militar, como comandante, como ministro de defensa, ordené muchas operaciones militares. Y junto con la alegría de la victoria y el dolor del duelo, siempre recordaré el instante previo a la toma de tales decisiones: el silencio de los altos funcionarios o ministros al levantarse lentamente de sus asientos; la imagen de sus espaldas retrocediendo; el sonido de la puerta al cerrarse; y luego el silencio en que me quedo solo.

Ese es el momento en el que uno se da cuenta de las consecuencias de la decisión recién tomada: han de morir muchos. Gente de mi nación, gente de otras naciones. Y ellos todavía no lo saben.

En ese momento, ellos todavía están riendo y llorando; todavía hacen planes y sueñan sobre el amor; todavía sueñan plantar un jardín o construir una casa, y no tienen idea de que esas son sus últimas horas sobre la tierra. ¿Quiénes están destinados a morir? ¿Quién saldrá retratado en un recuadro negro en los periódicos del día siguiente? ¿Qué madre pronto estará de luto? ¿A quién se le derrumbará el mundo bajo el peso de la pérdida?

Como ex-militar, también recordaré siempre el silencio del momento antes: el silencio de las manecillas del reloj en su carrera hacía el futuro, cuando el tiempo se esta acabando y en otra hora, en otro minuto, el infierno hará erupción.

En ese momento de gran tensión, poco antes de que el dedo apriete el gatillo, poco antes de que la mecha comience a arder, en la terrible calma de ese momento, todavía hay tiempo para pensar, tan sólo: "¿Es realmente inevitable actuar? ¿No hay otra alternativa, no hay otra salida?".

"Dios se apiada de los niños del jardín de infancia", escribió el poeta Yehudá Amijai, quien se encuentra con nosotros esta tarde. Cito su poema:

"Dios se apiada de los niños del jardín de infancia,

menos de los niños de la escuela,

y ya no se apiadará de los mayores,

los deja solos,

y a veces tendrán que arrastrarse,

sobre la arena candente,

para llegar a la estación de los heridos,

sangrando".

Durante varias décadas Dios no se ha apiadado de los niños en los jardines de infancia en Oriente medio, o de los niños en las escuelas, o de sus mayores. Durante generaciones, no ha habido piedad en Oriente medio.

Damas y caballeros,

Yo fui un hombre joven que ahora sobrelleva la carga de los años. Y de todos los recuerdos que he acumulado en mis setenta y dos años, ahora recuerdo las esperanzas.

Nuestro pueblo nos ha elegido para darles vida. Aunque sea terrible decirlo, sus vidas están en nuestras manos. Esta noche, sus ojos nos miran y en sus corazones preguntan: ¿Cómo está siendo usado el poder que depositamos en las manos de estos hombres y mujeres? ¿Qué decidirán? ¿En qué tipo de amanecer nos levantaremos mañana? ¿Un día de paz? ¿De guerra? ¿De risas? ¿De llantos?.

Cada niño nace de una manera totalmente antidemocrática. Los niños no pueden elegir a su padre o a su madre; no pueden elegir su sexo o color, su religión, su nacionalidad o patria. Si han de nacer en una mansión o en una choza, si han de vivir bajo un déspota o en una democracia está fuera de su voluntad. Desde el momento en que nacen, con los puños cerrados, su destino, en gran medida, ha sido decidido por los líderes de su nación. Son ellos los que decidirán si han de vivir cómodamente o en medio de la desesperación, con seguridad o con miedo. Su destino nos es dado a los gobiernos de los países, ya sean democráticos o no, para que lo resolvamos.

Damas y caballeros,

Así como no hay huellas digitales idénticas, tampoco hay dos personas iguales, y cada país tiene sus propias leyes y cultura, tradiciones y líderes. Pero hay un mensaje universal que llega a todo el mundo, un precepto que puede ser común a diferentes regímenes, a las razas que no se nos parecen, a las culturas que nos son extrañas.

Es un mensaje que el pueblo judío ha llevado miles de años, un mensaje fundado en el Libro de los libros: "Venishmartem meod lenafshotejem" ('Y cuidaréis mucho de vuestras almas') o, en términos contemporáneos, el mensaje de la santidad de la vida.

Los líderes de las naciones deben proveer a sus pueblos con las condiciones —la infraestructura, si quieren— que les permitan gozar de la vida: libertad de expresión y movimiento; alimento y vivienda; y lo más importante: la vida misma. Un hombre no puede gozar de sus derechos si no está vivo. Y por eso cada país debe proteger y preservar el elemento principal de sus ethos nacional: las vidas de sus ciudadanos.

Sólo para defender esas vidas, podemos llamar a nuestros ciudadanos a que se alisten en el ejército. Y para defender las vidas de nuestros ciudadanos que sirven en el ejército, invertimos enormes sumas en aviones y tanques y otros medios. Pero a pesar de todo, fallamos en nuestra misión de proteger a nuestros ciudadanos y soldados. Los cementerios militares en todos los rincones del mundo son un testimonio silencioso del fracaso de los líderes nacionales en la defensa de la santidad de la vida humana.

Sólo hay un medio extremo para santificar la vida humana. Esa única solución radical es la paz verdadera.

Damas y caballeros,

La profesión militar implica una paradoja. Mandamos a los mejores y más valientes de nuestros jóvenes al ejército. Les dotamos de equipos que cuestan una fortuna. Les entrenamos rigurosamente para el día en que deban cumplir con su obligación, y esperamos que lo hagan bien. Y sin embargo, rezamos fervientemente para que ese día nunca llegue, que los aviones no despeguen nunca, que los tanques no tengan que avanzar, que los soldados nunca lleven a cabo los ataques para los que han sido tan bien entrenados. Rezamos para que nunca ocurra, debido a la santidad de la vida.

La historia en general, y la historia moderna en particular, ha conocido tiempos horribles en los que los líderes nacionales convirtieron a sus ciudadanos en carne de cañón en nombre de doctrinas malvadas: el infame fascismo, el terrible nazismo. Fotos de niños marchando hacia el matadero, de mujeres aterrorizadas camino de los hornos crematorios, deben estar ante los ojos de cada líder de nuestra generación, y de las generaciones venideras. Deben servir como una advertencia a todos los que tienen poder.

Casi todos los regímenes que no han puesto la santidad de la vida en el centro de su visión del mundo, todos esos regímenes han caído y no existen más. Podéis verlo con vuestros propios ojos en nuestros tiempos.

Pero este no es el cuadro completo. A veces, para preservar la santidad de la vida debemos arriesgarla. A veces no hay otra manera de defender a nuestros ciudadanos que luchar por sus vidas, por su seguridad y su libertad. Este es el credo de todo estado democrático.

En el Estado de Israel, de donde vengo yo hoy, en las Fuerzas de Defensa de Israel, en las que he tenido el privilegio de servir, siempre hemos visto la santidad de la vida como un valor supremo. Nunca fuimos a la guerra al menos que la guerra nos fuera impuesta.

En la historia del Estado de Israel, en los anales de las Fuerzas de Defensa de Israel, hay miles de historias de soldados que se sacrificaron, que murieron tratando de salvar compañeros heridos; que dieron sus vidas para no lastimar a personas inocentes del lado enemigo.

En los próximos días, una comisión especial de las Fuerzas de Defensa de Israel terminará de redactar un Código de Conducta para nuestros soldados. La formulación referente a la vida humana será como sigue:

"En reconocimiento de su suprema importancia, el soldado preservará la vida humana de toda manera posible y se pondrá en peligro, o pondrá en peligro a otros, sólo en la medida en que le parezca necesario a fin de llevar a cabo esta misión.

La santidad de la vida, desde el punto de vista de los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel, encontrará expresión en todas sus acciones".

Por muchos años en lo sucesivo, incluso si las guerras tocan a su fin, luego de que la paz llegue a nuestra tierra, estas palabras seguirán siendo la columna de fuego que irá frente a nuestro campamento, una luz que guiará a nuestro pueblo. Y nos sentimos orgullosos de esto.

Damas y caballeros,

Estamos en plena construcción de la paz. Los arquitectos y los ingenieros de esta empresa están trabajando incluso mientras nos reunimos aquí esta noche, construyendo la paz, capa a capa, ladrillo a ladrillo. La obra es difícil, compleja, exasperante. Un error podría derrumbar toda la estructura y llevarnos al desastre.

Por eso estamos determinados a hacer bien el trabajo, a pesar de las acciones del terrorismo asesino, a pesar de los fanáticos y crueles enemigos de la paz.

Seguiremos en el camino de la paz con determinación y fortaleza. No nos detendremos. No nos daremos por vencidos. La paz triunfará sobre todos sus enemigos, porque la alternativa es peor para todos nosotros. Y hemos de prevalecer.

Hemos de prevalecer porque consideramos la construcción de la paz como una gran bendición para nosotros y para nuestros hijos. La consideramos como una bendición para nuestros vecinos en todas las fronteras, y para nuestros socios en esta empresa —Estados Unidos, Rusia, Noruega— que hicieron tanto para lograr el acuerdo que fue firmado aquí, luego en Washington y más tarde en El Cairo, que escribió el comienzo de la solución a la más larga y difícil parte del conflicto árabe-israelí: el componente israelí-palestino. Agradecemos también a otros que han contribuido a esto.

Ahora nos despertamos cada semana siendo gente diferente. La paz es posible. Vemos la esperanza en los ojos de nuestros hijos. Vemos la luz en los rostros de nuestros soldados, en las calles, en los autobuses, en los campos. No debemos decepcionarlos. No los decepcionaremos.

Esta noche no estoy aquí solo en este pequeño podio en Oslo. Estoy aquí para hablar en nombre de generaciones de israelíes y judíos, de los pastores de Israel —y vosotros sabéis que el rey David fue un pastor; él comenzó a construir Jerusalén hace unos 3000 años— de los arrieros y de los cuidadores de los sicomoros, como lo fue el profeta Amós; de los rebeldes contra el "establishment", como lo fue el profeta Jeremías; y de los hombres que surcaron la mar, como el profeta Jonás.

Estoy aquí para hablar en nombre de los poetas y aquellos que soñaron con el fin de la guerra, como el profeta Isaías.

También estoy aquí para hablar en nombre de los hijos del pueblo judío, como Albert Einstein y Baruj Spinoza, como Maimónides, Sigmund Freud y Franz Kafka.

Y soy el emisario de millones que murieron en el Holocausto, entre quienes seguramente hubo muchos einsteins y freuds que perdimos, y perdió la humanidad, en los hornos crematorios.

Estoy aquí como emisario de Jerusalén, a cuyas puertas luché en los días del sitio; Jerusalén, que siempre ha sido, y es hoy, la capital eterna del Estado de Israel y el corazón del pueblo judío, que reza mirando hacia Jerusalén tres veces al día.

También soy emisario de los niños que toman sus visiones de la paz; y de los inmigrantes de San Petersburgo y Addis Abeba.

Estoy de pie aquí especialmente por las generaciones venideras, para que podamos todos merecer la medalla que vosotros me habéis otorgado, a mí y a mis colegas, hoy.

Estoy de pie hoy aquí como emisario —si ellos me lo permiten— de nuestros vecinos, que fueron nuestros enemigos. Estoy de pie aquí como emisario de las grandes esperanzas de un pueblo que ha sufrido lo peor que la historia tiene para ofrecer, y sin embargo, ha dejado la marca no sólo en las crónicas del pueblo judío, sino en las de toda la humanidad.

Conmigo aquí hay cinco millones de ciudadanos de Israel —judíos, árabes, drusos y circasianos— cinco millones de corazones que ansían la paz, y cinco millones de pares de ojos que nos miran con grandes esperanzas de paz.

Damas y caballeros,

Quisiera agradecer, en primer lugar, a los ciudadanos del Estado de Israel, de todas las generaciones y todas las opiniones políticas, cuyos sacrificios y continua lucha por la paz nos traen firmemente más cerca de nuestra meta.

Deseo agradecer a nuestros socios —los egipcios, los jordanos y los palestinos, encabezados por el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina, Sr. Yasser Arafat, con quién comparto este Premio Nobel— quienes eligieron el camino de la paz y están escribiendo una nueva página en los anales de Oriente medio.

Deseo agradecer a los miembros del gobierno israelí, pero sobre todo a mi socio, el Ministro de Exteriores, Sr. Shimon Peres, cuya energía y devoción a la causa de la paz son un ejemplo para todos nosotros.

Deseo agradecer a mi familia, que me ha apoyado en este largo camino que he andado.

Y, por supuesto, deseo agradecer al presidente y los miembros de la Comisión del Premio Nobel, así como al valeroso pueblo de Noruega, por otorgar este ilustre honor a mis colegas y a mí.

Damas y caballeros,

Permitidme terminar compartiendo con vosotros una tradicional bendición judía, que ha sido recitada por mi pueblo en buenos y malos tiempos, como una muestra de nuestro más profundo anhelo:

"El Señor dará fuerza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo, y a todos nosotros, en paz".

Muchas gracias.



Discurso de Shimon Peres
Ministro de Asuntos Exteriores

Sus Majestades, Presidente y miembros del Comité Nobel, Primera Ministra Brundtland, Primer Ministro Yitzhak Rabin, Presidente Arafat, miembros del Gobierno Noruego, distinguidos invitados,

Agradezco a la comisión del Premio Nobel su decisión de nombrarme entre los laureados del Premio Nobel de la Paz este año.

Me complace recibir este premio junto con Yitzhak Rabin, con quien he trabajado durante largos años por la defensa de nuestro país y con quien trabajo ahora por la causa de la paz en nuestra región. Esto es un tributo a su osado liderazgo.

Creo que es apropiado que el premio haya sido otorgado a Yasser Arafat. Su renuncia al camino de la confrontación en favor del camino del diálogo ha abierto el camino de la paz entre nosotros y el pueblo palestino, al que deseamos lo mejor en el futuro.

Estamos dejando atrás la era de la beligerancia y caminamos juntos en pos de la paz. Todo comenzó aquí, en Oslo, bajo los sabios auspicios y la buena voluntad del pueblo noruego. Es un privilegio para mí agradecer al pueblo noruego sus magnánimos auspicios.

Desde mi más temprana juventud, he sabido que aunque esté obligado a planear cuidadosamente las etapas de nuestro viaje, tenemos derecho a soñar y a seguir soñando, sobre su destino. Un hombre puede sentirse tan viejo como su edad, pero tan joven como sus sueños. Las leyes de la biología no se aplican a las aspiraciones de la sangre.

Nací en un pequeño pueblo judío en la Rusia Blanca. No queda nada judío en él. Desde mi niñez he pensado en mi lugar de nacimiento como una mera estación en el camino. El sueño de mi familia, y el mío propio, era el de venir a Israel, y nuestro viaje al puerto de Yafo fue un sueño que se hizo realidad. De no haber sido por este sueño y este viaje, probablemente yo habría perecido en las llamas, como les ocurrió a tantos de mi pueblo, entre ellos a casi toda mi familia.

Fui a la escuela en un pueblo agrícola juvenil en el corazón de Israel. El pueblo y sus campos estaban rodeados de alambre de espino, que separaba su verdor de la aridez de la enemistad a su alrededor. Por la mañanas solíamos salir a los campos con hoces al hombro para cosechar los frutos de la tierra. Por las tardes salíamos con rifles al hombro para defender nuestras vidas. Los sábados solíamos visitar a nuestros vecinos árabes. Los sábados hablábamos con ellos de paz, aunque el resto de la semana intercambiábamos disparos en la oscuridad.

Desde el pueblo juvenil de Ben Shemen, mis camaradas y yo íbamos al kibúts Alumot en la baja Galilea. No teníamos casas, ni electricidad, ni agua corriente. Pero teníamos una visión magnífica y un sueño ambicioso: construir una sociedad nueva e igualitaria que ennoblezca a cada uno de sus miembros.

No todos los sueños se hicieron realidad, pero tampoco todos se perdieron. La parte que se hizo realidad creó un nuevo paisaje. La parte que no se cumplió vive en nuestros corazones hasta el día de hoy.

Durante dos décadas, en el Ministerio de Defensa, tuve el privilegio de trabajar de cerca con un hombre que era y sigue siendo, para mí, el judío más grande de nuestro tiempo. De él aprendí que la visión del futuro debe formar parte de la agenda del presente; que se pueden superar los obstáculos a fuerza de fe; que se puede sentir decepción, pero nunca desesperación. Pero sobre todas las cosas, aprendí que la más sabia consideración es de base moral. David Ben Gurion ya no está entre nosotros, pero su visión sigue floreciendo: ser un pueblo singular, vivir en paz con nuestros vecinos.

Las guerras en las que luchamos nos fueron impuestas. Gracias a las Fuerzas de Defensa de Israel, las ganamos todas, pero no logramos la mayor victoria a la que aspirábamos: librarnos de la necesidad de lograr victorias.

Demostramos que los agresores no necesariamente salen vencedores, pero aprendimos que los victoriosos no necesariamente ganan la paz.

No es sorprendente que la guerra, como método para conducir los asuntos humanos, esté agonizando, y que ha llegado el momento de enterrarla.

La espada, como nos enseña la Biblia, hiere la carne, pero no puede proveer sustento. No son los rifles sino los pueblos los que triunfan, y la conclusión que se puede sacra de todas las guerras es que necesitamos gente mejor, no rifles mejores, a fin de evitar las guerras, a fin de ganar la paz.

Hubo un tiempo en que la guerra era la única salida. Hoy en día, la paz es la "opción sin alternativa" para todos nosotros. Las razones de esto son profundas e incontrovertibles. Las fuentes de riqueza material y poder político han cambiado. Ya no están determinadas por el tamaño de los territorios ganados con la guerra. Hoy éstos son la consecuencia del potencial intelectual, logrado principalmente con la educación.

Israel, un país esencialmente desértico, ha logrado impresionantes producciones agrícolas aplicando la ciencia en sus campos, sin expandir sus territorios o sus recursos hídricos.

La ciencia debe ser aprendida; no puede ser conquistada. Aún no se ha creado un ejército que pueda ocupar los conocimientos. Y esa es la razón por la que los ejércitos de ocupación son cosa del pasado. De hecho, incluso para la defensa del país, no se puede depender sólo de las armas. Las fronteras territoriales no son obstáculo para los misiles balísticos, y ningún arma puede defender a una nación de un artefacto nuclear. Hoy en día, la batalla por la supervivencia debe basarse en la sabiduría política y la visión moral, no menos que en el poder militar.

La ciencia, la tecnología y la información son —para bien y para mal— universales, no nacionales. Todo el mundo tiene acceso a ellas. Su accesibilidad no depende del color de la piel o el lugar de nacimiento. Las distinciones pasadas entre Este y Oeste, Norte y Sur, han perdido su importancia ante una nueva distinción: entre los que avanzan al ritmo de las nuevas oportunidades y los que se quedan atrás.

Los países solían dividir el mundo entre amigos y enemigos. Esto ha cambiado. Los enemigos son ahora universales: la pobreza, el hambre, la radicalización religiosa, la desertificación, las drogas, la proliferación de armas nucleares, la devastación ecológica. Estas son las amenazas que se ciernen sobre todas las naciones, así como la ciencia y la información son los amigos potenciales de todas las naciones.

La diplomacia y la estrategia clásicas estaban dirigidas a identificar a los enemigos y a hacerles frente. Ahora tienen que identificar peligros, locales y globales, a fin de combatirlos antes de que se conviertan en desastres.

A medida que dejamos el mundo de los enemigos, a medida que entramos en el mundo de los peligros, las futuras guerras que podrían iniciarse no serán, probablemente, guerras de conquista de los fuertes contra los débiles, sino guerras de protesta de los débiles contra los fuertes.

Oriente medio no deberá perder nunca su orgullo de haber sido la cuna de la civilización. Pero aunque vivamos en la cuna, no podemos seguir para siempre en la infancia.

Hoy, como en mi juventud, sigo teniendo sueños. Me gustaría mencionar dos: el futuro del pueblo judío y el futuro de Oriente medio.

Históricamente, el judaísmo ha sido mucho más exitoso que los judíos mismos. El pueblo judío permaneció pequeño, pero el espíritu de Jerusalén —la capital de la vida judía, la ciudad santa y abierta a todas las religiones— no ha parado de crecer. La Biblia se encuentra en cientos de millones de hogares. La majestad moral del Libro de los libros ha sido invencible en los altibajos de la historia.

Es más: en repetidas ocasiones, la historia sucumbió a las inmortales ideas de la Biblia. El mensaje de que un Dios invisible creo al hombre según su imagen, y por lo que no hay hombres superiores o inferiores, se ha fundido con la concienciación de que la moralidad es la forma más alta de sabiduría y, tal vez, de belleza y coraje también.

Hondas, flechas y cámaras de gas pueden aniquilar al hombre, pero no pueden destruir los valores humanos, la dignidad y la libertad del ser humano.

La historia judía representa una lección alentadora para la humanidad. Durante casi cuatro mil años, una pequeña nación diseminó un gran mensaje. Inicialmente, la nación vivió en su propia tierra; más tarde erró en el exilio. Esta pequeña nación nadó contra corriente y fue constantemente perseguida, expulsada, pisoteada. No hay otro ejemplo en toda la historia —ni siquiera entre los grandes imperios o sus colonias y dependencias— de una nación, tras una saga tan extensa de tragedias e infortunios, que se levanta de nuevo, se libera, reúne a los remanentes dispersos, e inicia de nuevo su aventura nacional, venciendo a escépticos dentro de ella y a enemigos allende sus fronteras, reviviendo su tierra y su idioma, reconstruyendo su identidad y logrando nuevas cimas de distinción y excelencia.

El mensaje del pueblo judío a la humanidad es que la fe y la visión moral pueden triunfar contra cualquier adversidad.

Los conflictos que están tomando forma al acercarnos al fin de nuestro siglo serán por el contenido de la civilización, no por territorios. La cultura judía ha vivido muchos siglos: ahora se ha enraizado de nuevo en su propia tierra. Por primera vez en nuestra historia, unos cinco millones de personas hablan hebreo como lengua materna. Esto es a la vez mucho y muy poco: mucho porque nunca ha habido tantos hebreoparlantes; poco, porque una cultura basada en cinco millones de personas a duras penas podrá enfrentarse al efecto infiltrante y corrosivo de la cultura de la televisión global.

Durante las cinco décadas de existencia de Israel, nuestros esfuerzos se han centrado en restablecer nuestro centro territorial. En el futuro hemos de consagrar nuestros esfuerzos a fortalecer nuestro centro espiritual. El judaísmo —o la judeidad— es una fusión de creencias, historia, tierra e idioma. Ser judío significa pertenecer a un pueblo que es a la vez único y universal. Mi mayor esperanza es que nuestros hijos, como nuestros antepasados, no se contenten con lo transitorio y la impostura, sino que continúen arando el histórico surco judío en los campos del espíritu humano, que Israel se convierta en el centro de nuestra herencia, y no sólo un hogar para nuestro pueblo; que el pueblo judío reciba inspiración de otros, y que al mismo tiempo sea una fuente de inspiración para otros.

El segundo sueño es sobre Oriente medio. En Oriente medio, la mayoría de la gente esta empobrecida y vive en la miseria. Es necesaria una nueva escala de prioridades, con las armas en el fondo y un mercado económico regional en el primer lugar. La mayoría de los habitantes de la región —más de un sesenta por ciento— tienen menos de 18 años. Oriente medio es un enorme jardín de infancia, una enorme escuela. Un nuevo futuro puede, y debe, serles ofrecido. Israel ha informatizado su educación y ha logrado excelentes resultados. La educación puede ser informatizada en todo Oriente medio, permitiendo a los jóvenes, árabes y otros, progresar no sólo de grado en grado sino de generación en generación.

El rol de Israel en Oriente medio debe ser el de contribuir a un gran renacimiento permanente de la región:

Un Oriente medio sin guerras, sin enemigos, sin misiles balísticos, sin ojivas nucleares.

Un Oriente medio en que los hombres, los bienes y los servicios puedan moverse libremente, sin necesidad de permisos de aduanas o licencias policiales.

Un Oriente medio en que cada hombre religioso sea libre de rezar en su propio idioma —árabe, hebreo, latín o cualquier idioma que elija— y en el que los rezos lleguen a su destino sin censura, sin interferencia y sin ofender a nadie.

Un Oriente medio en el que las naciones busquen la igualdad económica y alienten el pluralismo cultural.

Un Oriente medio donde los jóvenes puedan acceder a la educación universitaria.

Un Oriente medio donde el nivel de vida no sea de ninguna manera inferior a los de los países más avanzados del mundo, permítanme decir, un Oriente medio parecido a Escandinavia.

Un Oriente medio donde las aguas fluyan para aplacar la sed, hacer que los cultivos crezcan y que los desiertos florezcan, donde no haya fronteras hostiles que produzcan muerte, hambre, desesperación o vergüenza.

Un Oriente medio de competencia, no de dominación. Un Oriente medio en el que los hombres sean anfitriones de sus semejantes, no sus rehenes.

Un Oriente medio que no sea un campo de la muerte, sino un campo de creatividad y crecimiento.

Un Oriente medio que honre su historia, que intente añadirle nuevos y nobles capítulos.

Un Oriente medio que sirva de centro espiritual y cultural para todo el mundo.

Al tiempo que les agradezco el premio, agradezco a las muchas personas de uniforme y civiles que me ayudaron a llegar a este momento de felicidad y esperanza, creo que todos nosotros seguiremos comprometidos con el proceso. Agradezco a mi familia, la cual me ha sido fiel durante este largo viaje y está convencida, como yo, de que esta es la mejor opción.

Hemos llegado a una era en la que el diálogo es realmente la única manera de conducir el mundo.

Sus Majestades, señoras y señores, les deseo a todos un feliz año nuevo, un año de esperanza y paz.