Mensaje del Primer Ministro Binyamin Netanyahu
Jerusalén, 8 de mayo de 1997
A las Comunidades Judías en la Diáspora
con motivo del 49º Día de la Independencia de IsraelEn el 49º Día de Independencia de Israel, extiendo un cálido saludo desde Jerusalén, la capital eterna de Israel, a las comunidades judías de todo el mundo.
Nuestro Día de Independencia no sólo pertenece a los israelíes, sino a todos los judíos; celebra el renacimiento del pueblo judío y rinde tributo al vínculo entre un pueblo y su tierra, un vínculo que no tiene parangón en la historia humana y que nos da una sensación de unidad y pertenencia, un sentido de responsabilidad del uno por el otro.
Debemos fomentar este sentimiento, puesto que en los temas fundamentales todos estamos de acuerdo. En primer lugar, todos deseamos la paz. Desde ese momento hace 49 años, cuando David Ben Gurion leyó la declaración de independencia en el modesto edificio de un museo en Tel Aviv, nuestra mano ha estado extendida en un gesto de paz hacia nuestros vecinos. De hecho, la devoción sionista por la paz data del tiempo de Herzl, cuando concibió por primera vez la idea del estado judío hace un siglo.
Esto debería ser patente. La definición misma de la paz incluye la ausencia de violencia y guerra. El terrorismo y las amenazas de violencia son incompatibles con el proceso de paz.
Sin embargo, muchos en la comunidad de las naciones esperan que Israel se retire de las áreas que fueron la cuna de la civilización judía, renuncie al control de zonas estratégicas y quede vulnerable a ataques, a pesar de la ausencia de una garantía confiable de seguridad. Esto no puede ser. Tratar con ligereza la cuestión de la seguridad constituye una abdicación de nuestras responsabilidades gubernamentales. Sólo si los israelíes y los judíos de todo el mundo se unen para exigir que la seguridad sea un componente integral e indispensable del proceso de paz, podremos lograr una paz verdadera para nosotros y para todos los pueblos de la región.
Sé que para muchos de ustedes la fe en la unidad judía ha sido debilitada por un proyecto de ley de conversiones que fue recientemente aprobado en primera lectura en la Knéset.
Aunque la intención del proyecto de ley es la de convertir en ley la práctica actual en Israel, y aunque garantiza que las conversiones reformistas y conservadoras realizadas en el exterior sigan siendo reconocidas en Israel, comprendo la ansiedad y angustia que ha causado. La mera insinuación de que se ha de sancionar legalmente la desigualdad entre los judíos, en base a su afiliación religiosa, es intolerable.
Quiero asegurarles que haré todo lo que esté en mi poder para lograr una solución a este doloroso problema. La lucha contra la asimilación y la alienación es demasiado crucial como para permitir que sea desplazada por las discusiones internas sobre la legitimidad de las conversiones al judaísmo. Emplearíamos mucho mejor nuestras energías si nos centráramos en la educación judía y en inculcar los valores y tradiciones del judaísmo en nuestros jóvenes.
Pienso que no debemos considerar nunca el vínculo entre Israel y la Diáspora como algo menos que vital, ni podemos darnos el lujo de permitir que sea menoscabado este lazo, que es lo que da al pueblo judío fortaleza en el presente y fe en el futuro. Pero al celebrar el centenario del sionismo moderno y comenzar el año 50 de Israel, no debemos olvidar el propósito del sionismo: la reunificación del pueblo judío en el estado judío.
Ahora que la economía israelí se desarrolla a un ritmo extraordinario y nivel de vida en Israel está alcanzando el de las naciones más avanzadas, existen todas las razones para que los judíos de todo el mundo consideren hacer aliyá. Nuestra meta es que la mayoría del pueblo judío esté viviendo en Israel cuando celebremos el 60º aniversario del estado.
Confío en que podremos lograr este objetivo y cualquier otro que nos propongamos, si tenemos siempre en mente que a pesar de las diferencias de opiniones, creencias y afiliaciones religiosas, somos un pueblo unido para siempre por la fe, la historia y un destino común.
¡Hag Sameah!